Das la espalda
a quien te ha dado de comer,
das la espalda
a quien te a levantado del sucio
asfalto,
tus excesos, tus palacios,
existen gracias a los demás,
nada ha sido por tu cuenta.
Te quedas con todos los vueltos
y revuelves los estómagos con tus
dichos,
deberías callar y agradecer,
o al menos
callar.
Caminabas sobre brasas
cada mañana que despertabas,
te acostabas en ellas
por las noches,
lleno de dolor y desesperanza,
no llegaba el sueño
sino tus peores pesadillas
y sobresaltado
volvías a la realidad que tanto golpea.
Quizas si agradecieras al que te ha dado
su mano
serias menos despreciado,
quizás serias menos desgraciado,
y quizá,
feliz.
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