Quizá, la suerte está de vacaciones, quizá el ente todopoderoso en el
que muchos creen, está en receso, jugando a la vida y a la muerte. Jugando,
sobre todo.
Quizá, el que nos tienta con oro y poder, también este jugando, y
avivando sus fuegos.
Quizá, no hay ningún “quizá”, y solo hay nada.
Este continuo pasar de las horas frente a mis ojos, ojos presenciando el
suicidio de los días, doblegados por la noche.
La noche, tan poderosa como arriba, se va, de rodillas, rogando,
incendiada por el impiadoso día, que luego, de manera irregular, se va.
Y puedo armar un infinito circulo de palabras sobre la muerte y esa resurrección
del día y la noche.
Opuestos, pero necesarios.
Divago, ya lo sé, pero esta pared helada me da tanto para pensar, veo ir
venir los rostros, ruidos que de tan enervantes se silencian (finalmente), no
veo risas en los rostros, solo ojos hinchados, malestar y lágrimas.
Las blancas luces hacen que el día perezca temprano, las ventanas cerradas
dejando a los rayos de sol del otro lado, no pueden entrar aquí, están
prohibidos, cualquier cosa, que sea para limpiar el ambiente, está prohibida.
La fresca brisa, prohibida, el ruido de los arboles bajo esa brisa, prohibido,
la luz, por supuesto, prohibida.
Aquí solo luz blanca, ambiente viciado y ese olor a químicos. Y yo,
apoyado en la fría pared, mientras el resto se mueve de un lado a otro,
buscando nada, haciendo nada.
Yo me quedo aquí, prefiero tomar el lugar del espectador, siendo que yo
también, soy, irónicamente, protagonista en este cuadro, solo que aun, no he
entrado en escena.
Escena que ya he visto y no la hago mía, pues desde afuera me veo, y el
de adentro, me mira fijamente mientras yo, descanso en la fría pared.
Logra muchas veces el juego de las luces, los rostros deambulantes y los
colores de las diferentes habitaciones, confundirme en el tiempo, no sé cuál es
la hora que vivo (¿vivo?),
qué momento del día está atravesando el sol, o si la noche, cargada de
ira, ha venido a desplazar al día antes de tiempo.
Amarillos depresivos, blancos aún peores, ojos hinchados, pasos
demorados y la pesadez en las bocas.
Estoy cansado, encuentro otra pared. Fría.
Despedidos asomamos al encuentro de lo que fuera de aquí acontece,
descubro que el tiempo no ha frenado, solo nuestras mentes, por un momento
embotadas en tan curioso lugar (despreciable lugar), se durmieron, el tiempo
por supuesto sigue su loca carrera, con o sin nosotros, ya sea estemos dormidos
o muertos. No le importa.
Afuera, es aun día, es aun ¡la mañana!, pero tantas horas han pasado,
que mi cuerpo cree que debe descansar, y busco una pared. Fría.
Con lo que me dices, me voy, jugando con algo en mi cabeza, algo que no está.
Algo que es como arena en la mano.
Y quizá, ni siquiera arena, la arena puede sentirse, esto no, es aire en
la mano, es nada, una nada frágil, como un alma ahorcada por la cola del
infierno.
Que recorrido tan inútil, la ida, la vuelta, por sobre todo la vuelta,
trago amargo, desesperanzador, allí dentro quedan las horas, y otros
pensamientos, que de seguro me olvidare en los siguientes pasos.
No recuerdo bien tu nombre, no recuerdo bien tu cara, pues la velocidad
del tiempo y el ahogo de mi cuerpo, en el sueño embriagador, tiene mis sentidos
apagados, o no del todo encendidos.
Pero si puedo saber, que hay nada más que un hombre detrás de un
escritorio, por el olor, vieja madera, y la luz, solo un viejo velador que habrás
sacado de la casa de tus padres cuando ellos se fueron. De seguro, el que
quería alguien de tu familia, pero tú lo tomaste. Y ahora tomas sueños, vidas
que no existen, muerte en un escritorio, hablando, en el mismo tono, que me
adormece aún más.
Creo soñar que me llevo tu alma, con mis propias manos, pero el golpe de
tus manos me vuelve a la realidad, y sigues, de alguna manera, hablando.
Estoy inmóvil, pero explotando por dentro y no soporto más este lugar,
saltaría por la ventana, claro, si estuviera abierta, pues la luz o la luna,
están prohibidas aquí.
Me sumerjo en un libro y un café, esas horas se fueron, no se adonde, se
fueron, las perdí, están muertas, quizá aun agonizando en la puerta de salida,
en algún momento las encontrare, cuando lleve todas estas otras horas que tengo
aquí guardadas.
Por ahora me despierto con café, y una lectura que limpie mi cabeza,
creo que en un rato más, podre irme de aquí, por completo.
Limpio prolijamente mi taza, acomodo lo poco que he desparramado por ahí,
en segundos todo queda tal cual como estaba cuando llegue, es como si nunca
hubiera estado aquí,
como si el lugar nunca hubiera sido profanado por mi insoportable presencia.
Dejo el suspiro del vencido en esta parte del mundo, dejo la espera para
otro momento, dejo las lágrimas y pelusas de mis bolsillos arriba de la mesa,
borro los nombres de mi cabeza de mi boca, busco un punto al cual seguir, y de aquí,
me voy.
Siempre quieto, la velocidad mueve los verdes pastos al frente a mis
ojos, es el tiempo, tan veloz, tan…y aquí iria un párrafo lleno de insultos. La
velocidad, el tiempo, las horas muertas, muerto.
Respiro por hacerlo nomas, pues he perdido ya el deseo de hinchar mi
pecho, como si la salida fuera siempre victoriosa, y mirar al cielo, y pensar “gran
día”, a decir verdad, jamás lo hice, y mucho menos ahora. Más velocidad, menos
verde.
Bajo, solo, me quedo solo, mi cuerpo adormecido, busca…una pared, fría.
Mi mano despierta busca en el cajón, el metal…frio.
E.I.
poesiasoscuras.blogspot.com.ar
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