Viajero
El viejo sol, aquel que a tantos a sacado de sus jaulas de hielo, a
tantos a despertado, a tantos recibido. El mismo que al tiempo, da su espalda,
a ese implacable paso del tiempo, que todo lo reduce, que todo lo borra, el
viejo sol, lo ignora, mas es sabido, que cada cosa, cada ser, poco a poco se
apaga, poco a poco, se va.
Cenizas remontándose en furiosos vientos, ¿es que nos traen visiones del
final?, y tú, que sales de tu reposo, luego de tan crudo viaje, ¿tienes alguna
palabra que quieras compartir?
El sol, molesta a tus ojos, te ocultas entonces, lejos de la luz, lejos
del calor, te abrazas a la obscuridad de las cuevas, y allí te relajas, en húmedas
y obscuras cuevas.
Tus ojos se cierran, para llevarte en profundo sueño, tu cuerpo no lo
sabe y aun continua sus movimientos, tu alma se escapa bailando al compás de
los tambores, tu pensamiento, tus sueños, tan obscuros como esta cueva.
Despiertas, pero aun duermes, todo es involuntario, todo será la verdad ahora,
Tus palabras, reflejan la verdad, tu voz no es tu voz, pero de tu cuerpo
sale, tu boca es la que se mueve, eres tu gesticulando a cada frase, eres
crudo, por partes cruel, tus palabras desgarran los cuerpos, cierran ojos,
humedecen otros, mientras que los más débiles ofrecen sus venas a los filosos
metales.
Derramas tristeza, escupes odio, pero la profundidad de tu dolor, lo
destroza todo, desde tus entrañas, hasta las raíces eternas de esta montaña,
todo, por la verdad.
Mientras tanto, entre los temblores, caes rendido, pues aun no te has
despertado, y la obscuridad, tu amiga y compañera, te recoge en sus brazos, y
apoya tu cabeza en su regazo, y allí continuas tu sueño.
Sangras, sangras y transpiras tanto, que cubres el piso del lugar, y no
despiertas, esa sangre se convierte en lo que fuera tu poesía, se agolpa contra
las paredes formando las palabras, las que antes vociferaste, ahora contra las
paredes y en el piso grabadas, en sangre, en sudor.
Veo tus parpados, moverse, solo logran levantarse para dejar la mitad de
tus ojos frente a mí, rojos ojos, tu rasposa respiración, tu voz casi se ha
ido, y en lo poco que queda, pides que alejen de ti el punzante amanecer.
Veo ahora, con estos tímidos rayos de sol, tus manos, tu cuerpo,
cortado, desgarrado, castigado por el tiempo, el sol, los hombres.
Entiendo el porqué de tu pena, aun así, no puedo entender tus
pensamientos tan obscuros.
Y al parecer jamás podre saberlo, sin dudas te estas marchando, y elegiste
esta cueva, para que sea tu eterna tumba, para jamás ver el sol, para jamás ser
encontrado.
En tu última mirada, dices todo, y con tu poca voz, lo aseguras. Allí,
solo yo, y la sangre que ya cubre mis pies.
La luz ya no te toca, mi mano se acerca, pero no puede tocarte, tú
quieres terminar con todo esto, y yo no sé si marcharme o quedarme aquí.
Recuerdo tus dictados, tu poesía en las paredes, te recordare, hasta que
tu recuerdo me pida abandonarlo.
Me pongo de pie, gotea sangre por todo mi cuerpo, no es la mía, es la
tuya, y me voy, con tus verdades, tu profunda pena, y todo tu dolor; queda aquí,
tu cuerpo, vacío y solo, me arrojo fuera de aquí, y el sol me espera con su látigo,
como duele esta luz.
Cubro mis ojos, rogando por la obscuridad, por la noche eterna, y en ese
momento, olvido recordarte, olvido que te has ido, olvido, pues ahora soy como tú.
E.I.
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