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No muy lejos de aquí,
no más allá de lo que tus pobres ojos ven.
Esquinas de tierra,
aves revoloteando locamente sobre los restos
de aquello que alguna vez, algo fue.
No distingues?  Ven, acércate.

Carne devorada, huesos molidos,
fuertes dentaduras,  fueron las culpables.
Tu vomito da respuesta a quien te pregunte,
tu rostro se descompone, facciones de terror,
no han visto tus ojos semejante destrucción.
No ha sentido tu mente la descarga de tantas
extrañas sensaciones.

Haz tus votos ahora mismo,
arrodíllate, toca tu tierra,
la que te trajo, la que te expulsara.
Hazlo, o por siempre aquí yacerás,
no habrá mas viajes para ti,
solo ríndete ante las fieras.

Arrancas tu lengua,
animales famélicos se lanzan sobre la roja sangre,
abres tu pecho, destrozas tu corazón,
admiras ese último latido,
la última imagen,
la que impregnara el iris de tus ojos.

Un momento,
pequeño, antes de morir,
ves que tu abdomen alberga algo,
despedazas tus entrañas,
arrancas tu carne,
y allí, duerme, una vida.

Se acaba el tiempo,
y los perversos animales asechan,
coges la diminuta pierna del ser en tu vientre,
y lo arrojas lejos, lo más lejos posible.
Mientras en el último aliento te lanzas a las fieras,
te conviertes en su festín,
gritos de dolor , los últimos.

Aullidos endemoniados,
entre ellos escapa el suspiro de la vida,
entre ellos algo se mezcla,
todo se calla,
son los llantos de una vida.

Final de tu dolor,
saciaste el hambre de las bestias,
eres solo partes de lo que fuere un ser,
mientras que allá, no demasiado lejos,
el llanto, ahuyenta a las fieras.
No se atreven, sus olfatos no encuentran ese olor,
el olor repugnante de tantas maldades.

El mundo ha sido devorado,
pero aun resuena el llanto.
Niño, naces inocente, nada sabes de dañar.
Pero crecerás y las fieras esperan por ti.

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