Aplastan cabezas, gritos victoriosos,
golpeando sus pechos, cual tambores de guerra,
movimientos de la tierra
alertan su inminente llegada,
tarde para huir, tarde para ocultarse, para cambiar.

Sentado,
aquí en la orilla de mi lago,
remojo mis pies,
una última vez,
siempre hay una última vez para todo,
nunca es preciso el momento en que sucederá.
La primera vez, ha desaparecido, o nunca existió.

Antes de ser llevado, aplastado,
he de probar las simples cosas,
he de rezar,
pues mi alma será sentenciada
por los barbaros que cabalgan hacia aquí.

Ojos estallando en mil pedazos,
ya nada queda por ver,
solo el venir de una increíble agonía,
bajo fuertes brazos y látigos de fuego,
recibiremos el castigo.
Los hemos invocado,
es nuestra culpa,
disfrutan el limpiar la tierra.

Mientras tanto,
los bosques caen en cenizas,
eso, tan solo sucede a sus pasos,
llamas que saltan tratando de alcanzar el cielo,
ese, que creemos merecer.
Lejos está nuestro deseo,
cerca, la salida merecida.

Allí no habrá cielo,
no habrá lagos en donde puedas refrescar tu cuerpo,
no habrá sol que caliente tus fríos huesos,
las lágrimas queman,
no llores, porque es lo que has pedido,
los has llamado.

Cabezas ruedan,
almas gimiendo por descanso,
más serán devoradas por los caballos de fuego,
el lugar está teñido de negro,
pincelado en rojos,
aun gimen algunas almas,
el devorador ya las ha visto,
hacia ellas se dirige.

El viejo lago,
sus aguas hierven,
se derriten tus pies en el,
tu cabeza admira su cuerpo desde lejos,
sientes el vacío de haber perdido tu inmortalidad,
duele ver tu alma destrozada,
no puedes describir nada,
no existen palabras.

Eres nada, eres un espacio en blanco,
obscuridad cubriéndolo todo,
eres víctima, eres testigo.
Has traicionado al lugar que te escogió,
has blasfemado una y mil veces,
has despreciado la vida,
y el seno que te protegido.

Culpable, culpables,
víctimas, testigos,
y luego…
la nada.

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