Cuento 1612
Cuento 1612
A veces, la
persona, se acomoda (o incomoda), y cree que piensa. A menudo, esa mente, solo
permanece en blanco.
Desde afuera, se
mira con admiración, pero en realidad, existe una gran pena.
Los que lo
conocemos, también creemos una mentira, ya que es más fácil de aceptar que una
cruda realidad (¿o no es así?), sobre ella nos desarrollamos, sobre ella
vivimos, o algo parecido.
Él es nuestro
“oráculo”, y las palabras que emiten su boca, a veces calma a la gran locura.
Esa que amenaza, esa que sobrevuela su ser.
Sin embargo, él
se equivoca, nosotros también. Pero siempre, lo dejamos pasar.
Todos sabíamos
de la mentira, pero después de tanto tiempo, la mentira muta a verdad, y pinta así,
nuestra realidad con sus colores un tanto enfermizos. Un poco irreales.
Nos sumergimos
en ese paisaje, nos bautizamos en él, lo recorremos, lo odiamos, lo queremos.
Cuando a veces
la obscuridad se adueña del cuarto, escucho voces, y entre ellas, su voz, en
ella puedes notar su miedo, el quiebre de un áspero respirar, temor a que su
mentira sea descubierta.
Pues bien, todos
sabemos cuál es la verdad, mas no importa, al menos para mí, no puedo yo,
hablar por otros corazones, otras cabezas.
Me siento cómodo
en su paisaje, el real, solo me incomodaría.
Él sabe, la
obscuridad nunca viene sola, toda su corte viene detrás, buscando alimentarse
de excesos, de temores, de atrocidades, todo es el mismo plato.
Algo debe darse
a la noche, pues, de lo contrario puede terminar siendo uno el alimento de esas
aves, esos fantasmas.
La noche me
oculta y abraza, no le temo, y como siempre, algo tirare a sus fauces, para que
aleje de mí a esos que vienen solo a molestar.
Leo, repaso, algún
sorbo de alguna bebida, que va cambiando de fría a caliente y viceversa, me
dejo llevar sorbo a sorbo entre paginas deseosas de ser leídas, pues hay vida
en ellas, sí que la hay.
Hay más vida en
esas páginas amarillas, llenas de letras negras, que en mi propia existencia.
Leo, de cara al
ambiente con una nube gris, leo…y el cansancio me vence, las letras caen del
libro, y yo, con ellas.
Como tarda el
sol en venir (y en irse), bajo un frio tímido, estoy dormido, y no tanto, aún
es demasiado temprano, puedo deducirlo por el dolor de mi cabeza.
De todas
maneras, me aseo, utilizo mi mejor mascara, espero a que el sol tome todas sus fuerzas,
y salgo a recorrer mi mundo, acotado, pero gigante a la vez.
Otra vez el
sequito esperando en la puerta, otra vez el “oráculo” pensativo, mirando no sé qué
en el techo, y todo se repite de nuevo, el día es igual que ayer, y así. Cuantas
veces hablamos del infierno de la eterna repetición, pero bueno, aquí estamos.
Repitiendo.
Partimos, bajo
el sol, que no calienta tanto en invierno, pero ilumina, y como ilumina, tanto,
que usamos lentes negros para evitar tanta luz. Molesta luz.
Partimos juntos,
pero no de la mano, tampoco hablamos, solo nos miramos una vez, asentimos con
nuestras cabezas, y es suficiente.
Somos iguales.
El resto, el afuera, no interesa.
Vamos, en esta
media verdad que es nuestro pasar, que nos oculta medio ojo de esta asquerosa
realidad, somos ciegos, pero sabemos ver, somos ciegos, bajo el mando de otro
ciego.
Entendemos que
lo nuestro es más cercano a un sueño, y que todo es muy frágil, demasiado frágil.
Pensando esto último,
recuerdo el rostro que me ha sido arrebatado, los brazos de los cuales he sido
despojado. Ese beso que se fue, esos labios que ya no cubrirán mis labios, ni beberán
mis lágrimas, ni yo las suyas, eso que se sentía tan parecido a lo que todos
llaman “amor”, que daría por decir claramente que era, recuerdo mi mirada vacía
en el espejo, quebrada, medio ser reflejado, mi otra parte fue arrebatada de aquí.
Sin embargo,
mirando no sé qué en el techo, creyendo que pienso, ahogado en un sueño, todo
es blanco, todo es transparente, y entre todo eso, entre todo lo borroso, veo
que bailaremos la balada de los esqueletos, más tarde o más temprano, sé que tendré
la mitad que me falta, y me burlare de las caras que se asoman frente a mí, voy
a irme riendo, media risa, pero el baile será completo, hasta el final.
¿Hasta el
final?, ¿o estoy viendo mi final justo ahora?
¿Es este mi
final, aquí?
Y el “oráculo”
se ha quedado sin palabras.
E.I.
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