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Desconcierto


Cuántas vidas, cuanto tiempo, todas estas calles, puestas a la fuerza, encastradas, destrozando el paisaje, lo pintoresco (lo poco pintoresco del lugar), calles…, siempre las mismas, con sus leyendas grabadas eternamente en el cemento que les da existencia, frases, corazones de amores ya destruidos, otros, consumidos por el tiempo, el resto, agobiados por la rutina de un pueblo perdido entre llanuras de verdes desteñidos y amarillos fuertes.
Tanto caminado, tanto he corrido sobre ellas. De niño, solo diversión, de más adulto, obligado por las tan inútiles y efímeras obligaciones, las que nos arrancan de los sueños despiertos, las que nos abofetean día a día, las que cuando analizas, de nada sirven, cuando todos nos escapemos, de que habrá servido todo ese ir y venir, ir y venir.

Han cambiado, debo admitir, solo pequeñas cosas, el progreso siempre llega, a cuenta gotas, pero llega, inclusive aquí. El desmembramiento de las antiguas construcciones, fue lento y doloroso, aquellas bellas casonas, aquellas sobre las que tantas historias están ocultas por ahí, en nuestras memorias, en mi memoria.
El progreso, lento, pero efectivo. Inclusive mis recuerdos se han derrumbado (¡gracias a Dios!).
Han desaparecido lugares de la infancia; una bastante aburrida cabe aclarar, que tuvo, pequeñas gotas de alegría, finas pinceladas de felicidad. Y con esto, contradigo, como siempre lo hago, de que no he conocido la verdadera alegría, o felicidad, aun no sé si ambos sentimientos, son los mismos. No sé, en realidad, que sintió aquel infante. No lo sé con certeza.
Desaparecidos los lugares de nuestros juegos, lugares que eran los escondites, las fortalezas, en donde nos ocultábamos de algún vecino furioso, o de aquellos niños que solo disfrutaban al golpearme, al golpearnos.
Como reía, recuerdo que reía. Aun, cuando era el blanco de todos los golpes.

Me queda el recuerdo, aún vive, cuando escapábamos de “satanás”, lo escribo y me rio, ese era el nombre del perro del vecino, corríamos como locos escapando de él. Pienso, como a alguien se le ocurre poner ese nombre a un animal. Cuantas veces habré esquivado esa casa por miedo a que me mordiera el “satanás”. Pobre animal, pobre perro, con ese nombre, no le quedaba otra que ser de los malos. Recuerdo a aquel animal, le temía, pero creo que le quería, era siempre mi misión, evitar ser mordido por él. Hoy dudo, si lo hubiera hecho. Todos los días, cruzábamos miradas, más miradas que las que he cruzado con cualquier otro ser aquí, en este pueblo.

Mierda, ahora se me pianta un lagrimón, como me molesta ser tan fácil. Encima me viene el recuerdo del viejo almacén, aquel donde Madre, nos enviaba, obligados a comprar la mercadería de la semana.
Todo en bolsitas, olvídate de que venía todo listo, todo suelto, decenas de bolsitas con papeles mal cortados y en él, el nombre de lo que me llevaba. Bolsas, botellas vacías, para los líquidos de limpieza, y otros también. Galletas, arroz, granos, algún vino, y así. El viejo mercado.
Lo que más me gustaba era el olor al café recién molido, esa era la única vez que corría al almacén y no me sentía obligado a hacerlo, ese olor, aun viene a mí. Ese olor a café, debe ser lo que evita que se borre ese añejo recuerdo, esa vieja película.
El resto de los días, la maldita obligación, pero bueno, a que niño le gusta hacer la compras.

A veces me parecía, que el viejo sabia de mi mala gana, y siempre me borraba el mal gesto con algún caramelo, alguna galleta. Y listo. Anda a que te borren la mala gana ahora con eso, y me caigo a carcajadas de mi silla, no sé si con dinero te sacan el mal gesto hoy.
Y el tipo se movía, iba, venia, subía escaleras, bajaba al sótano, por favor como se movía, esos años, solo estaban en su piel, no en su cabeza, no es su entusiasmo, parecía un tipo de veintitantos, levantaba esas bolsas de varios kilos como si nada, nunca una queja, nunca le dolía nada.
Lo único que me hacía, y solo a veces, notar el paso del tiempo sobre él, era su olvido al sumar. Como si la matemática se le hubiera escapado, pero nadie lo engañaba, él era un clásico del pueblo, ERA el pueblo.
Calculadora, mala palabra, ni siquiera calculadora, una vieja máquina registradora que funcionaba a golpes, el, papel y lápiz, papel mal cortado, lápiz todo mordido.
Esa era tu factura y tu garantía, el cuaderno del fiado, tapa negra (¡de cuero!), como me gustaba ese cuaderno.
Ese olor a humedad de los pisos de madera, la curiosidad de saber que tesoros se ocultaban en aquel sótano.
Como es posible que recuerde tanto, creí haber dejado todo atrás, y enterrado, era demasiado chico, y hoy siempre dispuesto a no mirar hacia atrás nunca más. Sin embargo, los fantasmas, están allí, aquí, abrazándome.

Este lugar, Dios, como odié este lugar que me vio nacer, que me escupió a la vida, aquí cerca, en donde me senté a escribir esto, fui parido, en el radio de unas pocas cuadras, he crecido, me he enamorado (sin saber bien que era), a la vuelta de aquella esquina, el primer beso o el segundo, que se yo, nunca anduve contando eso.
Lo que me molesta un poco, es todo lo que recuerdo si me quedo quieto en algún vértice de este lugar, de este pueblo.
Tanto tiempo enterrando el pasado, y aquí está ahora, más vivo que nunca en mi cabeza. Debería reflexionar.

Quizá porque te abandone, y luego, un forzado regreso, es que hoy pueda valorar un poco más (no tanto), este espacio. No estoy diciendo que hoy “ame” el lugar, solo tengo más respeto por él.
En la suma final, lo negativo supera a los momentos positivos, pero nobleza obliga, aquellos “buenos”, fueron grandiosos.
No hace falta enumerarlos. Lo sé. Lo saben.

Muchos muertos golpean mi cabeza para renacer en imágenes, y solo para mí, en mis sueños despierto, los admito, mientras recorro nuevamente las calles.
Siempre sueño, ojos abiertos o cerrados. De ellos vivo. Espero en ellos morir, espero, no demasiado tarde.

Y mientras me consumo en pensamientos, doy cuenta de que es más la gente que he visto partir, que la que he visto llegar.
Allí el cachetazo de la vida, me saca de lleno de mis sueños, de mi música. Y se me hace imposible mantener dentro de mí, tanto llanto reprimido.
Cuando veo todo esto, así, cual una serie de televisión, con sus golpes bajos, con el suspenso de la música que es la base de todo, con la desesperación de no aguantar saber que sucederá luego, la verdad me amarga demasiado, ahhhh….. cuanto quisiera no recordar, arrancar esa parte del cerebro que nos inyecta el pasado, a la fuerza, yonquis del recuerdo, eso somos, al final de cuentas, vivimos hacia atrás, y no lo quiero, quiero adelante, siempre el infinito.
Quisiera borrar el pasado, no haber existido, ser siempre hoy, siempre recién nacido, morir al amanecer, y renacer al caer la noche, así, pues no tendría jamás un pasado, al menos no uno tan extenso, solo unas horas.
Cada respiración, sería algo novedoso, el abrir y cerrar de ojos, sería una experiencia que me deleitaría cada vez, sin aburrirme (como aborrezco el aburrimiento), nunca recordar, pero si aprender, aprender en cada nacimiento, en cada muerte.
Lamentablemente, este deseo inútil, es rechazado por el ente cruel, el Juez, la Jueza.

A veces, pienso que, si ya no es suficiente con el hecho de que al ir pasando etapas, nos damos cuenta, de la rapidez del tiempo, ¿es que no es suficiente conocer lo efímeros y desechables que somos?
Lo poco que hacemos, cuando creemos que ya hemos hecho suficiente, o demasiado.
Ver la carne, propia y ajena, como se cansa, como los huesos pesan más que ella, como la sangre se vuelve cada vez más sedentaria, hasta que un día o noche, se cansa de correr, y la carne deja que los huesos caigan al suelo, y el resto, lo que no se ve y no se toca, vaya a saber. Yo no sé. Tampoco quiero saber. Ya lo viviré (contradicción, ya que será el momento de la muerte), en carne propia.
Bueno che, la vida es contradicción, nuestras idas y venidas también.
¿No es eso suficiente? Nuevamente pregunto. Enojado ya.

Debemos además soportar estos fantasmas que nos acosan, que nos recuerdan lo que fuimos, y algunos otros más malvados que nos inyectan lo que “podríamos haber sido”, en vez de esto que somos hoy, que hubiera pasado de no haber omitido acciones, o si no hubiéramos abandonado lugares o situaciones en aquellos momentos.
Sé que algunos valen la pena, pero igual, todos nos trasladan a otros tiempos, lugares, y la vuelta a la realidad es demasiado dura, demasiado.

Quizá mañana arranque todas estas hojas y las convierta en fuego, quizá.
Quizá mañana vaya y compre en la ferretería de la esquina la pala que usare para cavar mi propia tumba.
No lo sé.

En este instante, donde la mente empieza a nublarse de negros pensamientos y visiones, es cuando escucho una distante voz, suave, que me conforta.
Es conocida a mis oídos, mas mi cabeza no descifra de quien puede ser.
La escucho.
              “Tú, preséntate ante tu tumba,
                si, tu, ya está preparada para ti,
             no es necesario tu sudor
             para que lleves a cabo tan depresiva tarea.
             Otros lo hemos hecho por ti,
             tú sabes que lo hemos hecho en el mismo instante
             en que fuiste concebido.
             Alguien ha tomado las riendas,
             y se ha encargado de tener todo listo para ti.
             Por favor, recuéstate, disfrútalo, y déjate ir”

Terminada la conversación, en un solo sentido, ya que yo estaba congelado, espantado, cuando la voz callo (seductora voz), solo el viento quedaba, silbando y aullando, el sonido en mi cabeza de preguntas que siempre han hecho ruido.
¿De qué tumba hablabas, seductora voz?
¿Porque me llevas a dormir tan pronto? ¿Si el sol aún no ha llegado al horizonte que lo acurruca?
De pronto, un cansancio abrumador, cae sobre mí, parpados pesan, es arrasador, imposible de frenar, agotado por completo, mi cuerpo solo busca el reposo, mantenerse erguido, tarea imposible, busco, un lugar para acomodar mi cuerpo, veo, detrás mío, entre verdes pastos, un lugar, hermoso e irresistible, casi arrastrándome me dirijo a él, el verde se vuelve más verde, ya estoy cerca, me sorprende un corte en el color, es una cama a mi medida, exactamente a mi medida.
Ya no puedo pensar, el cansancio es demoledor, recuerdo la seductora voz, la recuerdo como si hubieran pasado años, desde que la escuche, hasta que llegue aquí.

No sé si fue el cansancio en mis ojos, o eran verdaderas lágrimas, aquellas gotas de agua, abandonado el cuerpo, recorriendo mi cara, y luego saltando hacia la tierra, no sé.
Aun sin pensar, ya casi sin manejar el cuerpo, me arrojo sobre aquella cama, fresca, hecha de tierra, decorada de verdes pastos.
Creo que he sido arrojado. Había otras manos en mis hombros. Consolándome.

Allí, en la frescura, las imágenes se borran, los recuerdos se van.
Parte de mí se va con él, secretamente, me había confiado sus pocas ganas de repasar los días, de recorrerlos hasta esperar la hermosa noche, de tener que buscar aquellas pequeñas cositas que lo hacían olvidar por momentos olvidar de que iba todo esto.
Parte de mí se ha dormido para siempre.

Luego de su caída, o entrada, como decida verlo. El sueño se cernió sobre él, para siempre, como él lo deseaba, luego, el verde cubrió su cuerpo y lo hizo parte del paisaje, antes, hubo un suspiro, y el silencio. Hermoso silencio.

A veces por la noche paso por allí, sin saber cuál será el lugar exacto donde duerme, camino despacio pues no quiero interrumpir su bello y esperado sueño, su descanso. De seguro está soñando (como siempre lo hacía, despierto o dormido), de seguro está sonriendo, de seguro estará amando, estará siendo feliz, quizá por primera vez en su vida (contradicción), creo que algunas noches lo oigo reír. Ríe ya que sabe que duerme por siempre, sus sueños eran su vida, y la vida otorgada, su muerte, su sentencia.

Extraños sus historias, sobre todo las del pueblo, esa relación de amor-odio que solo él podía mezclar. Sus continuas contradicciones, y luego la explicación de las mismas.
Fue real, como Usted, como yo.
Fue real, escribimos juntos esto, en primera, segunda, tercera persona, qué más da. Que sea este el tributo que puedo rendirle, más allá de que sea esto, una bazofia. ¿Además…quien escribe?, Usted, el, yo…

Me dejo elevar por el olor a la tierra, mojada recientemente por una fugaz lluvia, el aroma de los verdes prados, profundamente respiro, me lleno de este lugar. Sin embargo, hay una presión en mi pecho, mayor a la fuerza de respirar este refrescante aroma, es la presión sobre mi corazón, es la tristeza que se aferra y aprieta mi corazón, retuerce mi alma, estoy triste por él, estoy tan triste; o quizá no.
Yo sé que ríes. Yo lo sé.

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