Pequeña historia
Fue, hoy, cuando mi cabeza se
ahogo en estos pensamientos, fue hoy cuando todo desbordo allí dentro, fue hoy
cuando en una simple caminata, una de las tantas imágenes que nos azotan día a día,
colmó ese vaso.
Si, fue hoy, pero desde hace ya
mucho tiempo, que estos ojos cansados de ver, alojan todo aquello en mi cabeza,
en mi mente.
Simplemente una fracción de
segundo, no lo sé, nunca se es exacto cuando uno trata de medir el tiempo. Es
todo tan relativo, en situaciones incomodas, poco tiempo es una eternidad, y
viceversa. No tratare de medir el tiempo, solo diré, que fue ese momento, ese
instante.
Todo estalló.
De pronto aparecen ante mi estas
caras de disgusto, expresiones mezclas de odio y violencia, caras desganadas,
marcadas por tan agotador trayecto, aquí, en la vida.
Una escena que lleva comprender
nuestra incompletitud, nuestra intolerancia, nuestra arrogancia, y por sobre
todo, nuestra finitud como seres. Lo poco que somos, ante las grandes
inmensidades como lo es el cielo, la tierra y todo aquello que desconocemos o
aún no entendemos a causa de nuestras mentes finitas.
La intolerancia al pasar los años
por sobre nuestros cuerpos, esa, que mayor se hace, cada vez que un reflejo nos
ataca, para mostrarnos nuestra decadencia, nuestros cuerpos resquebrajándose,
lentamente, pero de manera muy eficaz.
Esa arrogancia, que es
abiertamente presentada a todos aquellos, que, por una causa u otra, están, podría
decirse, por debajo de lo que uno aspira o aparenta ser, peor aún, lo que
algunos creen ser, y a fin de cuentas, no son más que insectos.
Este tipo de personas, que nada
son y todo se creen, estos que no son mejores que nadie, peores que ninguno. Según
creo, todos somos lo mismo, venimos de lo mismo, nuestros pesares y alegrías podrán
ser diferentes, pero nada más. Solo somos materia, somos carne, huesos, y piel.
Nuestras ideas, nuestras mentes,
nuestros actos, eso nos definen, eso nos hace diferentes uno de otros.
Aquí, en esta pequeña historia,
no pude entender a este ser, el cual, si tuviera que situarlo en la cadena
alimenticia de los animales, sería el primero en ser devorado.
Aquí salieron a flote la
arrogancia y la intolerancia de la mano. Una simple historia de una persona
algo mayor, de paso lento, el que denota el arrastrar de lo vivido, y el pesar
que nos depara el futuro, esta persona, víctima de la intolerancia de un ser más
joven, un ser que aun no camina tan lento, y que habla por demás, ya que la sabiduría
no le ha llegado, y por lo que he podido ver, jamás, jamás, llegara a él.
Por solo un instante, este paso
lento, no llego a su destino, tan solo eso, un instante, lo que dura una respiración,
solo por eso, fue desechado. Por demorarse.
Aun cuando esta persona entrada
en años, debería haber estallado, no lo hace, se detiene unos segundos ante una
vidriada puerta. Pide por favor, en gritos bañados de angustia, que esa puerta
le sea abierta, ante esta actitud, el otro ser, el indeseable ser, prefiere
hacer oídos sordos a sus pedidos, pero no cegar su mirada, la cual, va mas allá
de la arrogancia que esta personita puede admitirse, su mirada degradante,
dirigida a esta persona, que no conoce, que nada le ha hecho, solo es un ser
mas en este suelo.
El no merece ser tratado de esa
manera, nadie se lo merece. Ahora, ante la indiferencia de este hombre y la
clara ausencia de cualquier virtud en el, las demás personas a su alrededor
estallan también, solo que estallan en gritos de odio y desprecio ante
semejante acto de estupidez, y así, este hombre ante la indignación y el
disgusto de tantos, se digna a abrir la puerta al hombre; así, el hombre
ingresa y en el mismo acto logra alejarse, de su angustia, de su humillación,
oculta su odio, y se sumerge en sus pensamientos.
Mientras tanto, los gritos continúan,
ya son insultos directos a este hombre-insecto, rodeado de personas que ya
desean golpearlo, si ahora, fuese él, quien se demorara en sus pasos, sería
sometido a la violencia de otros intolerantes, a la defensa de un igual.
Bajo la presión de estas
personas, el hombre-insecto vuelve a su caja, ya no denigraras mas a nadie, ya
que, has visto, no eres de temer, no eres digno de respeto alguno.
De pronto, todo desaparece, todo
se calla, todo vuelve a ser cubierto por la bulliciosa ciudad. Todo se olvida.
Pero muchos recordaran, yo
recuerdo, yo he cambiado una vez más. Mi mente ha dado otro giro.
Replanteo muchas de mis ideas,
unas cuantas preguntas han desaparecido, otras tantas me he de formular.
Mi paso se vuelve pesado y
errante, estoy sumergido en mis pensamientos, tanto que no he de escuchar más
el murmullo de toda esta gente, los aullidos de estas bestias de metal.
Tanto que obscurecen mis ojos en
pleno día, tanto, que ya he dejado de caminar, tanto que no he sentido las
fauces de metal sobre mi cuerpo, tanto que me he dejado asesinar por un
intolerante insecto que se movía a mi alrededor.
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